Según rumores, el objetivo del último episodio de la cuarta temporada de "Black Mirror" es crear una trama de continuidad que pueda prolongarse en futuras temporadas. El resultado es confuso. A los museos vamos a ver más de una obra y eso es lo que hacemos aquí porque nos cuentan tres historias en una. Saldremos del episodio igual que de una buena exposición: sin el foco en una obra concreta.
Hay demasiados ingredientes en esta ensalada. Un poco de David Eagleman y su idea del transplante mental en la historia del holograma, otro poco de transhumanismo en el casco que refuerza pontencialidades sensoriales y acaba convertido en una adicción autodestructiva, algo sobre los extremos de la monitorización de la vida en la historia de la mujer que vive en la mente de su marido y bastante sobre los peligros de la realidad virtual utilizada con fines sádicos, que ya hemos tratado en el primer episodio de esta cuarta temporada.
Tal vez lo más interesante sea el concepto “pero”, porque resume la premisa principal de "Black Mirror" y, sin ser una trama de continuidad, que nadie echa de menos salvo los productores, sí es un leitmotiv interesante con el suficiente poder para fidelizar a la audiencia. Todo se resume en una premisa: La tecnología empieza haciéndonos felices, pero… Siempre hay un pero, y a esos peros a los que está dedicada toda la serie desde sus comienzos. No necesitamos más para estar enganchados.