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"Making a Murderer", un presunto asesino en serie

'Making a Murderer', un presunto asesino en serie
Jueves, 25 de agosto 2016

Tiene todos los ingredientes para cocinar con éxito la receta de una novela negra al más puro estilo norteamericano: personajes con un punto sórdido y derrotista, líneas difusas entre el bien y el mal, un asesinato y, de momento, un final abierto. Lo obligatorio es hacer un matiz: no es ficción. "Making a Murderer", una de las series revelación de Netflix, deja más preguntas que respuestas.

La posmodernidad, sin duda, era esto y Netflix, en un alarde de grandeza, ha hecho un ejercicio de manual sobre los principios que la rigen: ¿la verdad es una simple cuestión de perspectiva? ¿Pueden las palabras (y las imágenes) cambiar nuestra forma de pensar? ¿Estamos en la era de los “marginados”? "Making a Murderer", la serie documental... o documental en serie... o una suerte de serial de sucesos al estilo de los más sórdidos programas de crímenes y desapariciones, es un fenómeno digno de estudio. En cifras se leería así: diez años han tardado sus creadoras, Moira Demos y Laura Ricciardi, en grabarlo. Diez son las horas que duran sus diez episodios en total. Dieciocho, los años que Steven Avery, su protagonista, pasó injustamente en la cárcel y dos los que tardó en volver a entrar... ¿injustamente, otra vez?


La historia parece descabellada desde el principio, pero es que, sin duda, el documental está hecho para que empaticemos con un chaval de pueblo, del condado de Manitowoc, en Wisconsin, con una inteligencia limitada y sin demasiados recursos. Y claro que lo hacemos. Todo empieza con imágenes íntimas de un chico rubio que recuerda muy en la distancia a un Kurt Cobain mucho menos encantador. Son los años ochenta y la vida transcurre en un desguace de coches regentado por una familia que no despierta las simpatías del resto de la comunidad. Vamos, los típicos marginados. Los no normativos. Los “pobres”. Los que no encajan en las barbacoas vecinales en el jardín.


Steven roba cosas, se “divierte”. Choca con la ley en alguna ocasión menor. Su gran delito fue, sin embargo, enfrentarse a su prima, la mujer del Sheriff sustituto del condado.
Era 1985. Avery no era un santo pero, después de esto, le acusaron de intento de violación, apresuradamente, con multitud de irregularidades dentro de la investigación y sin hacer caso a su coartada; que sí, la tenía. Y así pasaron dieciocho años de su vida. Casi dos décadas en prisión sin aceptar una culpabilidad que le era completamente ajena. 2003 trajo su liberación, con barba de náufrago que ha batallado contra las olas de la injusticia incansablemente y una amenaza de demanda multimillonaria al estado.

En este punto comienza el verdadero documental. Dos años después, en 2005, Avery es acusado del asesinato de la joven fotógrafa Teresa Halbach... y hasta aquí podemos leer. Lo más impactante de este recorrido audiovisual es la frontera entre la realidad y la ficción. Impactante porque no existe. No hay ficción pero cuando te zambulles en la historia lo olvidas y buscas el final feliz guionizado. Das al ‘pause’ y te tapas la cabeza de alucine y desesperación.

Los personajes son otro punto fuerte.
 La mayoría roza la mezquindad, el patetismo y la idiotez. Si además fueran graciosos podrían salir en una película de los hermanos Cohen. Pero no lo son. Son reales. Son policías, fiscales, abogados. Incluso aparece el FBI.
 Tan surrealista parece todo, que hasta Obama ha expresado su opinión sobre los hechos.

La síntesis final subyace en una dicotomía: algunos quieren saber qué pasó con la víctima, la pobre Teresa Halbach. Para otros, la víctima que interesa es Steven. Curiosos caminos los de la condición humana. Y ya se habla de segunda parte de "Making a Murderer", como si de verdad fuese una serie.

Como si de verdad fuese un asesino “en serie”. Si has
ta Dan Auerbach, cantante de Black Keys, le ha dedicado una canción a Avery: "Lake Superior" (con una portada que recuerda al imprescindible "Lola versus powerman and the moneygoround" de los Kinks). ¿Estaremos ante el penúltimo icono posmoderno? Al fin y al cabo, la realidad en la era de los realities es una mera construcción personal... pero los crímenes no.

Texto: Clara Amechazurra Ilustración: Edgar Mas


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