La ley nos obliga a delatar en el episodio más negro de "Black Mirror"

La ley nos obliga a delatar en el episodio más negro de 'Black Mirror'
Jueves, 11 de enero 2018

Si eres testigo de un delito, la ley te obliga a testificar. Si no lo recuerdas bien, no te preocupes: una máquina se encargará de rastrear tu memoria. Así de inquietante es la sociedad que dibuja el tercer episodio de la cuarta temporada de "Black Mirror".

Todos hemos escuchado alguna vez la frase “ahora hay cámaras por todas partes”. Y todos hemos visto en los episodios de las series policiacas de moda cómo lo primero que hacen los inspectores al llegar a la escena del crimen es preguntar si alguna cámara ha grabado los hechos a investigar. En el tercer episodio de "Black Mirror", oscuro e inquietante como los mejores de la serie, se le da una vuelta de tuerca a esta preocupación tan popular sobre el exceso de vigilancia y la privación de la intimidad. Ahora no solo hay cámaras por todas partes en los edificios y calles; sino que cada individuo con el que te cruzas tiene ojos y por tanto es una cámara que graba los hechos en el disco duro de su memoria. Y, además, está obligado por la ley a poner esas imágenes al servicio de la policía. Porque ésa es la clave de toda la historia. Un momento que casi pasa desapercibido, pero que es tan terrorífico como cualquier amenaza fascista o comunista. Cuando la testigo se niega a que exploren su memoria en busca de pruebas sobre un accidente menor que vio fortuitamente, la inspectora de la compañía de seguros responde que “está obligada por la ley” a hacerlo. El paisaje distópico que se deriva de esta combinación de tecnológica y legislación es tan desolador como el de las montañas de Islandia elegidas para rodar esta historia. Nos convierte al mismo tiempo en funcionarios de un Estado invasor de la intimidad y en las víctimas propiciatorias de esta súper-vigilancia. Es decir, la sofisticación máxima de la figura del delator en los regímenes totalitarios.

La trampa más astuta del guión es que podamos llegar a considerarlo algo positivo porque la protagonista es culpable del primer asesinato, y de todos los que tiene que cometer después para poder borrar las pruebas que la delatarán. Las circunstancias la convierten en una asesina en serie de cámaras humanas. Y no precisamente por ser una psicópata, pues muestra cierto remordimiento y sentido de culpa, sino porque “ahora hay cámaras por todas partes” y es su única opción para evitar ser descubierta. Solo el primer homicidio se comete, no por casualidad sino por el talento de los guionistas, en un lugar no vigilado por cámaras; los demás vendrán porque uno de los homicidas implicados en aquel primer accidente fatal quiere ofrecer “voluntariamente” el material grabado en su memoria. O sea, confesar por motivos morales después de años de remordimientos. Pero la protagonista no tiene tantos escrúpulos. Ese es el más oscuro mensaje de esta historia. La moral como mecanismo de autorregulación de la convivencia depende de la voluntad, y por eso nunca será tan eficaz como la tecnología.

Y por si esto no fuera suficientemente desasosegante, aún queda el detalle final. Ahora que la Real Academia Española ha aceptado el término "especismo", podríamos decir que esta inteligente asesina se pierde por un detalle especista. Los animales también tienen ojos (cámaras) y memoria (disco duro), lo que, por otra parte, multiplica por miles el número de cámaras que nos vigilan.


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