Tras el encierro

Tras el encierro
Domingo, 12 de abril 2020

Ayer estuvimos hablando una hora con las vecinas que viven al otro lado del patio. Con los codos en el alféizar y una cerveza en la mano. Ahora sabemos incluso donde pasaron sus últimas vacaciones. Hace dos días lo único que habíamos intercambiado con una de ellas era un hola en el ascensor. A la otra nunca la habíamos visto. También nos dijeron que llevan dos años viviendo enfrente. Por Javier Jimeno y Edgar Carrasco.

Es cierto lo de que la separación está fomentando el acercamiento. Estamos hablando con personas que teníamos aparcadas en la memoria y con otras a las que no habríamos conocido nunca. La sociabilización es tan necesaria como la expresión. Porque si hay algo que estamos haciendo en este aislamiento es dar pie a la creatividad colectiva. La mayoría desemboca en stories y tuits ingeniosos, pero quizá es el momento de coger todos estos brotes –el deseo de crear, la necesidad de innovar y el sentido comunitario- y usarlos para construir el nuevo mundo. Porque el que conocíamos, tal y como lo conocíamos, está desapareciendo en este preciso instante.

Podemos verlo de dos formas: una crisis más o un punto de inflexión. La primera está alineada con el pronóstico de Goldman Sachs. Una caída tan rápida como lo será la recuperación. Nos dejaremos unas cuantas pymes por el camino, pero todo volverá a la normalidad y esto quedará en el recuerdo como un mal sueño. El segundo punto de vista profundiza un poco más. Se da cuenta de que el origen y la propagación de esta pandemia está en el desprecio por la sostenibilidad. También de que un sistema incapaz de reaccionar sin acusar un colapso a varios niveles, está destinado a la extinción. O como mínimo, a una mutación o transformación inevitable.

Lo que está claro es que a este cisne negro le sucederá otro bañado en petróleo. Hay que asumir que llegará el día en el que escasearán las materias primas, el agua y el aire. Cada generación mira con incredulidad la guerra, pandemia, invasión o catástrofe que le toca vivir. Y cada generación tiene que hacerse la misma pregunta: ¿vamos a reaccionar o ser meros espectadores? Porque si hay algo que va a definir lo que viene es el imprevisto permanente. Querer enfrentarse a él reclamando el paternalismo de un Estado incompetente es socavarse a sí mismo. Si hay algo que está demostrando el momento en el que nos encontramos es que solo nosotros podemos salvarnos a nosotros.

Fíjate en ti. No te has recluido en casa por miedo al virus. Lo has hecho por tus padres. Por aquellas personas a las que quieres, pero también por todas aquellas que hacen que esta sociedad tenga sentido. Formas parte de ese grupo que cerró sus negocios incluso antes de que fuera obligatorio. Porque, contra los intereses de la cúpula del poder, nosotros no elegimos el dinero: elegimos las personas. Por eso, cuando todo esto acabe, debemos elegir a las empresas que estén alineadas con esta corriente de pensamiento. A aquellas que no solo piensen en los accionistas, sino también en sus empleados, clientes y comunidades en las que operan. Tenemos que elegir a aquellas que sean capaces de reinventar su filosofía y sus sistemas productivos. A las que, en lugar de añadir más carga en la deuda del Estado, prefieren que no les salgan las cuentas anuales. Quedémonos solo con las empresas que defienden a sus trabajadores, ayudan a sus clientes y creen en la importancia de debilitarse para salir reforzados.

Nunca imaginamos que pudiéramos vivir la distopía en la que un jabalí pasea por una Gran Vía desierta. Es hora de que imaginemos la utopía de la reformulación de este sistema en uno construido por y para la gente. Porque para que se haga realidad un mundo basado en el humanismo y la resiliencia simplemente tenemos que creer en él. No importa si diriges una corporación o un proyecto cultural de barrio, pregúntate si es algo que realmente va a mejorar la sociedad. Si es simplemente un producto o también tiene vocación de servicio. Cuestiónate si tiene sentido en el mundo que queremos cuando salgamos del encierro.

Es fácil caer en un juicio de grandilocuencia cuando se piensa en todo esto. Dejarse llevar por la resignación del todo va a seguir igual cuando cese el aplauso de las ocho de la tarde. Es natural. El sistema no va a cambiar, pero nosotros sí. Solo tenemos que hacer cosas que no hemos hecho nunca, por nimias que estas puedan parecer. Hoy hemos pegado un cartel en el ascensor con nuestro contacto y el de las vecinas de enfrente en el que pone “si estás leyendo esto y podemos ayudarte en algo, aquí estamos”. El cartel desaparecerá, pero si hay algo que no tiene que hacerlo es que nosotros sigamos aquí. 

Por Javier Jimeno, Creative Strategist en MK Media, y Edgar Carrasco, Chief Strategy Officer en Padre Group.


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