Debate presidencial en Estados Unidos

Debate presidencial en Estados Unidos
Miércoles, 07 de octubre 2020

No fueron pocos los que se refugiaron en el último y bochornoso debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden para aliviar la vergüenza ajena provocada por el escenario político patrio y sus calamitosas disputas en una de las crisis más devastadoras de los últimos tiempos.

Seamos indulgentes con nosotros mismos: consolarse de los males propios comprobando que los ajenos son aún mayores es tan mezquino como humano. Este mes, las redes han ofrecido la oportunidad de entregarse a este placer culpable a todos aquellos que, hartos del espectáculo político en España, han aprovechado el de la campaña presidencial en los Estados Unidos para aliviar sus penas y revisar sus catastróficos diagnósticos sobre la calidad de nuestra democracia y sus líderes. Puede que el circo político español sea lamentable, pero visto en términos relativos, todavía podemos decir que al menos no hemos asistido a un debate de candidatos plagado de insultos, exabruptos tabernarios, golpes bajos, alocuciones a grupos supremacistas y hasta negativas a aceptar un eventual resultado desfavorable. Si esto es una democracia…

La conversación en redes durante y después del debate, con gran participación mundial por la trascendencia histórica que tienen siempre las elecciones en Estados Unidos, era desoladora, sobre todo por parte de los abochornados ciudadanos estadounidenses. No fueron pocos los desilusionados padres que, después de ver por primera vez con sus hijos el debate, escribieron que se arrepentían de haberlo hecho y que aplicarían el control parental de la televisión a los que aún estaban por venir antes de la votación el próximo día 3 de noviembre. La política moderna es a la democracia lo que la pornografía al sexo.

También fue notable la cantidad de profesores que habían pedido a sus alumnos que vieran el debate para escribir un ejercicio de clase y expresaban su incapacidad de explicar a unos niños lo que acababa de suceder.

Una generalizada sensación de vergüenza recorría el país. Los ciudadanos se desahogaban impotentes en las redes, convertidas por una vez en el altar de la contrición de una sociedad que de algún modo ha hecho posible que esto suceda dejándose llevar por la ola del populismo. El ciberespacio, tantas veces acusado de ser el vertedero donde los odiadores y amargados de este mundo dan rienda suelta a sus miserias, ha revelado una insólita e inesperada faceta catártica que puede tener consecuencias. Si al menos el debate, y sobre todo el debate sobre el debate, ha servido para que la sociedad se pregunte cómo hemos podido llegar hasta aquí, y para que cada individuo asuma su parte de responsabilidad en el desastre, por una vez las redes sociales habrán hecho su pequeña contribución para mejorar el mundo. El que no se consuela es porque no quiere.


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