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Arde la red: No miren arriba

Arde la red: No miren arriba
Martes, 28 de diciembre 2021

La audiencia ignora los típicos cuentos de Navidad con final feliz y se entusiasma con una sátira política que no hace prisioneros. Así están los ánimos al final de 2021 y pocas marcas han sabido verlo en sus campañas publicitarias.

La pandemia lo cambia todo. La más extraña Navidad de nuestras vidas no podía tener por película emblemática clásicos como “Qué bello es vivir”, “Love Actually” o “Solo en casa”. Ni siquiera el último estreno de Disney o Spielberg ha conseguido ese honor. Eso era antes, cuando nos gustaba el azúcar. Ahora estamos hartos y preferimos el vinagre. Tal vez por eso han pasado tan desapercibidos los spots publicitarios que explotaban la fórmula tradicional y empalagosa con la que triunfaban en tiempos pre-pandémicos. El estado de ánimo actual es demasiado cínico para tanta cursilería y ha quedado mejor reflejado en el éxito de “No miren arriba”, la comedia negra de Adam McKay sobre la eventual destrucción de la vida en el planeta Tierra. En plena sexta ola de la pertinaz pandemia la familia se ha reunido delante del televisor para disfrutar de una sátira política con muy mala leche que reparte mandobles a derecha e izquierda y ha sido comentada con entusiasmo en las redes sociales, aunque no siempre para elogiarla porque nunca falta quien aprovecha la más mínima oportunidad para ofenderse y exhibir su indignación.

Ardió la red con el hastag #nomirenarriba, donde la opinión mayoritaria era que se trata de una película que se burla despiadadamente de “lo idiotas que son los otros”. Teniendo en cuenta que esta película no deja títere con cabeza, lo más idiota sería pensar que no habla también de ti. Porque en esta disparatada historia, que de algún modo podría considerarse el Strangelove del siglo XXI, hasta los que “sí miran arriba” tienen comportamientos ridículos, caen en las tentaciones y placeres del sistema y son incapaces de avisar a sus congéneres de lo que se les viene literalmente encima. Si alguien pensaba que en una sociedad polarizada es imposible que el cine político tenga un éxito transversal ya tiene un buen ejemplo que prueba que está equivocado. Tras descuartizar a la sociedad contemporánea en un variado surtido de caricaturas de los personajes prototípicos de nuestro tiempo, los guionistas sirven un menú en el que cada espectador tiene dónde elegir qué enemigo público se comerá en su particular festín navideño. Hay para todos, pero nadie se libra de ser el alimento de otros. De la digestión que hagamos después dependerá que la película no se convierta en el fantasma de las navidades futuras y se quede solo en eso: una bonita película para disfrutar en estas entrañables fiestas.


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