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Opinión

Contraté una IA y ahora duermo dos horas más

Contraté una IA y ahora duermo dos horas más
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jueves, 11 de diciembre 2025

Cada cierto tiempo aparece alguien con la misma pregunta dramática de siempre: “¿no te da miedo que la IA nos quite el trabajo?”. Y yo, que he visto presentaciones con más versiones que temporadas tiene Anatomía de Grey, me limito a sonreír. Porque, si de verdad crees que una IA puede sustituir la creatividad humana, claramente, nunca has intentado descifrar un briefing escrito con las prisas un viernes a las 19:00h.

La IA no viene a pensar por nosotros, ni a iluminarnos, ni a despertarse con un claim perfecto mientras yo duermo plácidamente. Lo que hace es algo mucho más terrenal, mucho más necesario y, francamente, mucho más revolucionario: pone orden donde antes gobernaba el caos creativo. Y, mira, yo a eso lo llamo progreso. Porque la creatividad no suele morir por falta de talento. Muere por archivos perdidos, notas que nunca se encuentran, ideas desperdigadas y versiones con nombres como “definitivo_definitivo_ahora_sí”.

Si la creatividad fuera la habitación de un adolescente, la IA sería la persona que, misteriosamente, aparece un día, levanta una ceja, suspira y dice: “voy a recoger esto porque, sinceramente, no puedo más.” Y se pone a doblar la ropa, recoger calcetines, organizar cajones y, de repente, te encuentras con un espacio donde (¡por fin!) puedes pensar sin pisar cosas.

Hace unas semanas hicimos un brainstorming que acabó repartido entre tres notas del móvil; seis audios de WhatsApp, donde nadie recuerda qué dijo; un documento de Word y un hilo de emails lleno de mensajes. Antes, reconstruir eso era un acto de fe. Ahora, se lo paso todo a la IA y me devuelve un archivo ordenado, limpio, razonable… Y, si me despisto, ¡incluso más educado que nosotros! No decide qué idea es buena; simplemente, evita que las buenas desaparezcan debajo de nuestras propias torpezas logísticas.

Y, entonces, llegamos a los flujos, que son una maravilla poco valorada. Mucha gente oye “flujos de IA” y piensa en algo técnico, futurista o ligeramente peligroso. No. Un flujo es, básicamente, un sistema que enlaza diferentes soluciones de IA para que trabajen juntas en cadena, como una especie de equipo creativo robótico pero sin egos, sin interrupciones y sin cafés fríos.

Un flujo hace que un modelo analice la información, otro la limpie, otro la organice, otro la pase bonito… Y tú sólo entras cuando ya no queda nada mecánico que hacer. Es como tener un equipo de mini-IAs trabajando en silencio, mientras tú te dedicas a lo importante: pensar, decidir, pulir, brillar. Antes, cada persona del equipo tenía su propia manera de hacer las cosas; ahora, todos partimos de una misma base coherente. La IA no sustituye talento: sustituye el cada uno hace lo que puede con lo que tiene.

Luego están las automatizaciones. Aquí sí que siento amor verdadero... No porque hagan cosas creativas, sino porque hacen cosas que antes me robaban horas de vida: formatear documentos, limpiar textos, re- maquetar presentaciones, corregir mini- errores, reorganizar diapositivas rebeldes… Todo ese trabajito que nadie quiere hacer, nadie sabe quién debería hacer y, cuando desaparece, todos se sienten misteriosamente más felices. La IA no hace el trabajo bonito. Hace el trabajo invisible, ese que sólo se nota que existe cuando falta.

Y los agregadores son la guinda del pastel. Por fin podemos usar un montón de IAs distintas sin hipotecar el presupuesto, ni gestionar 14 suscripciones, que nunca nadie se acuerda de cancelar. Es como entrar en una heladería donde puedes probar todos los sabores sin pagar por cada cucharita. Esto no sólo nos permite experimentar más, sino experimentar mejor, porque la decisión final —la importante, la estratégica— sigue siendo nuestra.

Y aquí está, para mí, la clave de todo: el criterio sigue siendo humano. La sensibilidad sigue siendo humana. La chispa sigue siendo humana. La IA puede ordenar el caos, preparar el terreno, recoger nuestros calcetines conceptuales… Pero no sabe cuándo una idea tiene alma. No siente ese “esto es” que sentimos cuando damos con algo bueno de verdad.

Por eso yo no temo a la IA. Lo que me da miedo es la idea de volver a trabajar sin ella. Regresar a esa época oscura de documentos perdidos, resúmenes eternos y procesos improvisados. La IA no sustituye creatividad. Sustituye caos. Y, sinceramente, ya iba tocando externalizar ese servicio.

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