El arte (perdido) de mirar
Comprender cómo, cuándo y por qué las personas prestan atención a algo es clave para construir vínculos significativos entre los consumidores y las marcas.
Cuenta la historia que los monjes budistas dedicaban horas enteras a observar cómo se derretía una vela. No por devoción al fuego, sino porque sabían que en la quietud de la mirada se esconde un poder transformador y el entrenamiento de la concentración y la mente. En el otro extremo del mundo, los filósofos griegos debatían en el Ágora sobre la importancia de la contemplación como camino hacia el conocimiento. Hoy, en cambio, mirar se ha vuelto un acto fugaz, una fracción de segundos antes de deslizar el dedo sobre la pantalla. ¿Cuándo dejamos de mirar para simplemente ver?
La atención, en su esencia, es una declaración de intención. Es decidir qué merece ser iluminado en nuestra mente y qué dejamos en la sombra. Pero vivimos en la era de la hiperestimulación, donde la mirada se desliza sin posarse, atrapada en un vértigo de estímulos diseñados para robar segundos de nuestra vida.
John Berger, en su ensayo Ways of Seeing, nos recordó que la manera en que miramos el mundo no solo define lo que percibimos, sino también lo que comprendemos. La mirada nunca es neutra; está influenciada por nuestra historia, nuestra cultura y nuestros deseos. En el Renacimiento, los artistas entendieron algo esencial: el ojo humano no solo observa, sino que da significado. Leonardo da Vinci pasaba días enteros estudiando un solo gesto antes de plasmarlo en el lienzo. Sabía que la atención es la clave de la creación. Hoy, nos han convencido de que cuanto más rápido consumimos, más conectados estamos. Pero la verdad es otra: la atención fragmentada no construye, solo disipa.
El primer estudio etnográfico sobre la atención realizado en España, bajo el marco de Attention Hub de Havas Media Network, ha revelado que la atención no es solo el filtro que decide qué recordamos, sino que también impacta directamente en nuestra salud mental. La investigación señala que nuestra capacidad atencional fluctúa según nuestros niveles de energía y estado emocional, un concepto que hemos bautizado como “el péndulo atencional”. Nos movemos entre momentos de hiperfocalización y agotamiento, y es en estos últimos donde nuestra atención se vuelve más vulnerable a las distracciones.
Además, el estudio destaca que la atención es bidireccional: prestamos más interés a aquello que también nos devuelve atención, ya sea una persona, una conversación o incluso una marca. La reciprocidad refuerza la conexión y crea vínculos.
Elegir a qué prestamos atención es decidir qué historias queremos contar, qué recuerdos queremos guardar, qué nos define. Y lo que no miramos, simplemente deja de existir.
Quizás ha llegado el momento de recuperar el arte perdido de mirar. No para acumular más información, sino para conectar de verdad. Con una obra de arte, con una persona, con un pensamiento profundo.
Atender es elegir. Y elegir es renunciar. No podemos mirarlo todo, saberlo todo, consumirlo todo. Pero podemos decidir a qué le damos nuestro tiempo, nuestra energía, nuestra conciencia.
Porque en la era de la distracción constante, prestar atención es un acto revolucionario.
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