Incendio del mes: Polémicas en los Juegos Olímpicos
¿Y el patrocinador qué opina de todo esto?
Como era previsible, la Olimpiada de París ha sido el principal acontecimiento generador de conversaciones en las redes sociales durante el mes de agosto. En casi veinte días de competiciones ha habido de todo para comentar, y en todos los géneros posibles: épico, romántico, melodramático, político, cómico y hasta musical. No han faltado las polémicas, alimentadas muchas veces por los odiadores y algunos medios de comunicación hambrientos de audiencia y sobrados de cinismo. La medalla de oro al mejor clic bait habría sido la más reñida si esta práctica periodística fuera deporte olímpico.
Por citar solo algunas de estas polémicas: la selección femenina de Canadá fue sancionada por espiar con drones a sus rivales; varios deportistas se quejaron de las condiciones de la Villa Olímpica; el agua del Sena, donde se celebraba parte de la competición de triatlón, envió al hospital a un par de atletas; y tampoco faltaron acusaciones de agresiones sexuales en los entornos deportivos. Tal vez el caso más comentado haya sido el de las boxeadoras intersexuales Imane Khelif y Lin-Yu Ting, que ha servido, entre otras cosas, para demostrar el grado de ignorancia sobre esta cuestión que sigue predominando en la sociedad, y particularmente en la ciberesfera, ese espacio de impunidad absoluta donde la ignorancia no es óbice para darse el placer de insultar o dar rienda suelta a determinados complejos.
Navegando por las redes comprobamos que estos Juegos Olímpicos han sido prolijos en opiniones no solicitadas y estúpidas. Contrasta este aluvión de majaderías con el silencio de algunos cuyas opiniones son, como mínimo, mucho más relevantes y autorizadas, por no decir necesarias. Ya durante la Eurocopa de fútbol hubo una controversia sobre si los deportistas debían opinar públicamente sobre cuestiones políticas o extra deportivas. Los que dijeron que preferían no opinar más bien parecía que no tenían una opinión lo suficientemente fundamentada como para hacerla pública. No debe de ser ese el caso de las marcas que patrocinan la Olimpiada, sin cuya contribución no sería posible este acontecimiento tan celebrado en el mundo entero. Solo por eso ya están más autorizados que la mayoría para opinar sobre estas cuestiones relativas a la organización o la ejemplaridad en el comportamiento de los deportistas. Sin embargo, y como ya es habitual, han preferido no manifestarse, convencidos, tal vez, de que en términos de reputación y notoriedad de marca es más lo que pierden que lo que ganan en caso de decir algo. Naturalmente, están en su derecho, pero tendrán que asumir el coste derivado de su silencio cuando pretendan convencernos de que tienen una política de responsabilidad social corporativa. Porque todo el mundo sabe que el que calla otorga. No tuvo reparos L´Oréal, patrocinador de la ceremonia de inauguración de los Juegos, en exigir una disculpa a la organización por el famoso trasunto LGTBIQ+ de la última cena de Leonardo da Vinci representado en uno de los bailes. La organización respondió disculpándose. Dejando aparte si esta queja era oportuna o necesaria, esto demuestra que nunca es irrelevante lo que digan los patrocinadores, cuya intervención se echó de menos en otras causas que también han necesitado un apoyo público durante los juegos. Había motivos más poderosos para pronunciarse.