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Opinión

La dieta incremental de los Neandertales

La dieta incremental de los Neandertales
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martes, 25 de marzo 2025

Más de cuarenta mil años después de los Neandertales, una parte de la humanidad actual vuelve a caer en el mismo comportamiento suicida de la dieta incremental: son los anunciantes que se empeñan en asumir el elevado y poco rentable coste de la cobertura incremental.

Creo que fue el profesor Valerian Peters quien defendió la teoría de que el Homo Neanderthalensis se extinguió por culpa de su dieta.

Valerian Peters fue un ilustre académico de la Hurlingham University, que alcanzó la fama en las últimas décadas del siglo XIX gracias a derivar, después, sus investigaciones hacia el desarrollo de la, entonces incipiente, cultura de comunicación comercial. Unos estudios que fueron, años más tarde, continuados por sus descendientes, a través de su célebre compañía Valerian Peters & Sons Ltd.

La base fundamental de su tesis estriba en afirmar que su desaparición (la de los neandertales) no fue motivada por la reducción del tamaño de su población o por la endogamia (aunque aceptaba esta segunda causa parcialmente), sino por una particularidad de su dieta que los convirtió en una especie extremadamente vulnerable.

Al parecer, siempre según Peters y sus hijos, fue la obsesión por la llamada ‘dieta incremental’ lo que produjo su fatal declive.

En aquel remoto tiempo (hace ya más de cuarenta mil años) las distintas especies de humanos arcaicos se alimentaban de contundentes dosis de proteínas, suministradas por grandes animales como el mamut o el mastodonte. Sin embargo, pese a que estos gigantescos mamíferos ofrecían un suculento manjar a los neandertales, ellos empezaron a luchar (incomprensiblemente) por lo que los eruditos modernos denominan, en una expresión eufemística donde las haya, ‘dieta incremental’. Nadie sabe, a ciencia cierta, en qué consistía el susodicho incremento, el cual, por muy optimistas que nos empeñemos en ser, apenas aportaba un cuatro o un cinco por ciento de calorías extra a los elevadísimos porcentajes que recibían de la carne de mamut.

Esta enfermiza obstinación por obtener un innecesario (y mínimo) complemento a su régimen alimentario, cuya consecución exigía un desgaste de energía muy superior al rédito obtenido (en términos modernos podríamos calificarla de antieconómica, y en otros, más próximos al marketing, de ROI negativo), fue desgastando sus defensas naturales y minando sus recursos materiales.

Resulta curioso que, más de cuarenta mil años después, una parte de la humanidad actual vuelva a caer en el mismo comportamiento suicida. Un observador neutral, no contaminado por las negativas influencias que tanto afectan al marketing contemporáneo, lo calificaría de torpe.

Y es que llama la atención que tantos anunciantes (no todos, lo que deja abierta una puerta a la esperanza) dediquen denodados esfuerzos para intentar alcanzar a una exigua cobertura incremental… que apenas aporta masa crítica a su plan de medios.

Cabe más indulgencia cuando esta obcecada actitud viene de una agencia (primum vivere), comprensión que es mayor si el origen del interés está en Silicon Valley, claro.

Pero en un anunciante, que es quien apuesta su dinero en una ruleta repleta de ‘ceros’, con los que siempre ganan los de la banca y casi nunca sus marcas… digamos que es chocante.

¡Con lo rica que está la carne de mamut! ¡Y con lo que alimenta a las marcas!

Sí nos da la impresión de que la teoría de Peters (no confundir con el ‘Principio de Peter’, aunque ambos tienen puntos comunes, como el que menciona el nivel de incompetencia de esos empleados que tienden a ascender hasta alcanzarlo) incluye en sus premisas una advertencia al desarrollo endogámico de ciertas especies. La Neanderthalensis la sufrió y ahora puede estar padeciéndola la de los profesionales de marketing (colectivo que, sin llegar a ser una especie en sí misma, tiene muchas características comunes en la mayor parte de sus miembros).

Hoy, vuelven a cobrar actualidad los célebres versos de Fray Luis de León (quien, si algún día es canonizado, podría llegar a ser nombrado patrón de los buenos anunciantes):

¡Qué descansada vida

la del que huye del incremental rüido,

y sigue la acertada

senda por donde han ido

los pocos sabios que en la publicidad han sido!

No obstante, la realidad es que son numerosos los ‘marketinianos’ actuales que han dejado de leer a los clásicos (Reeves, Ogilvy, Fray Luis de León…), así que no es probable que los recuerden.

En lugar de ello, es muy posible que sigan luchando encarnizadamente por conseguir una mínima, costosísima y desmedida (por ‘desmedida’ quiero decir ‘sin poder ser medida con objetividad’) cobertura incremental que otorgue a sus marcas (o a las de sus clientes) unos miserables puntos extra, incapaces de complementar con eficacia esa otra alimentación tan saludable, que es la que sí hace crecer a las marcas.

No creemos que esa frenética búsqueda de la cobertura incremental ‘les rente’. Más bien pensamos que pueden acabar como los Neandertales. Sería una pena que sus marcas se extinguieran por culpa de estar sometidas a una ‘dieta incremental’ carente de sustancia. Pero así es la evolución de las especies.

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