La nostalgia como maniobra contralgorítmica

Algoritmos impredecibles, audiencias fragmentadas y plataformas que cambian las reglas mientras aún intentas adaptarte a las anteriores. Un escenario de protocaos digital en el que muchas marcas miran hacia atrás, como si el retrovisor fuera refugio.

A los 90, a los 2000. A lo que fue. A lo que creemos recordar. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

El branding hoy es un viaje colectivo a la infancia. Una iconografía para recuperar sensaciones más lentas, más auténticas, más cálidas. Y funciona.

Las campañas con estética 90s o 2000s generan hasta un 30 % más de engagement en Instagram y TikTok. Colores, eslóganes, melodías... Todo al servicio de una memoria emocional que te devuelve a aquel recreo con bocadillo en papel de aluminio.

Un 75 % de los consumidores admite que compraría más si la campaña le evoca esa “sensación de antes”. La Generación Z también responde: el 68 % se siente más atraída por contenidos nostálgicos. En millennials, un 61 %. Una forma de hacerse cool apoyándose en el bucolismo romanticón.

¿Y las pymes? Pueden aprovecharlo entendiendo por qué conectábamos entonces y cómo traducir esa esencia al hoy.

Porque en un ecosistema donde los algoritmos dictan qué se ve y cuánto dura, las marcas necesitan algo más firme. Una raíz. Un relato que no dependa de ajustes de feed.

En esta selva digital, la marca es el único algoritmo que puedes controlar. El único que no caduca. Una puerta a la nostalgia, abierta para siempre, de forma cíclica.