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La posverdad se toma

La posverdad se toma
Martes, 18 de abril 2017

Si eres uno de tantos que construye un relato ficticio de su propia vida con fotos y posts idealizados en tus redes sociales, participas como el que más en el fenómeno de la posverdad. Y es que las mentiras socialmente aceptadas son mucho más poderosas que los hechos y pueden ser tan adictivas como una droga.

Si fuera cierto que es solo el nuevo nombre que damos a las mentiras, no habríamos caído en la tentación de dedicar el Anuario 2017 de la revista Ctrl al concepto "posverdad". No tendría nada de original discutir una vez más que estamos rodeados de mentiras, ya que, muy probablemente, esto es así desde que el homo sapiens existe como especie.

Como ha escrito magistralmente Yuval Noah Harari en su teoría de la revolución cognitiva, la capacidad para convivir y compartir estas ficciones es lo que nos ha permitido sobrevivir, evolucionar hacia lo que somos y en muchos aspectos dominar las fuerzas de la naturaleza con lo que llamamos cultura. Convivimos con las ficciones y los relatos cuando disfrutamos del arte y la literatura, participamos en rituales religiosos o de cualquier otra índole o, no menos importante, cuando tomamos una decisión de consumo basada en nuestra relación con una marca.

¿Por qué entonces hablamos ahora de posverdad? ¿Hay alguna diferencia respecto a las mentiras de toda la vida? Sí, la hay, y por muy sutil que sea esa diferencia entre una posverdad y una mentira estamos convencidos de que se trata de uno de esos pequeños detalles que lo cambian todo. Por decirlo en términos de marketing, la mentira es un “fenómeno de oferta”. El emisor del mensaje miente para conseguir un objetivo y el receptor es engañado involuntariamente cuando se lo cree. En cambio, la posverdad puede ser definida como un “fenómeno de demanda”, una solicitud de ficciones convenientes, más o menos inconsciente, que muchos comunicadores no tienen problema en satisfacer a la vista de la enorme rentabilidad que les reporta. Por eso hemos definido la posverdad como una droga. Porque la posverdad se toma. Y no a la fuerza, como los jarabes amargos, sino con placer adictivo. Ese es uno de sus peligros.

Si estamos ante un fenómeno moderno es porque los discursos que confirman creencias y prejuicios, suscitan emociones deseadas, hacen que los agraviados se sientan acompañados en la hora de su venganza o satisfacen necesidades de pertenencia a la tribu se han multiplicado en nuestros días gracias a un nuevo contexto mediático en el que la audiencia ha utilizado su famoso empoderamiento tecnológico no para debatir racionalmente sobre las cuestiones políticas o sociales sino para eliminar intermediarios y crear guetos ideológicos en los que retroalimentarse.

La posverdad no se construye desde esferas superiores de poder que manipulan a las masas, sino desde las propias masas, que son las que renuncian a conocer los hechos porque es mayor la ganancia que encuentran en confirmar sus prejuicios. Es un fenómeno de nuestro tiempo porque en cierto modo deriva de la democratización de la información, una paradoja que puede llevar a pensar que los ciudadanos que querían liberarse de la manipulación ahora se manipulan solos, del mismo modo que manipulan a diario sus perfiles en las redes sociales construyendo un relato ficticio sobre sus propias vidas que nada tiene que ver con su verdadera realidad. Desengañémonos: la posverdad somos nosotros.


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