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Opinión

Las leyes del nuevo mundo

Las leyes del nuevo mundo
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lunes, 2 de septiembre 2024

Todos los grandes avances tecnológicos han gozado de un periodo inicial de libertad y anarquía total hasta que los inconvenientes derivados de su uso sin control hicieron necesaria la implantación de unas normas para evitar males mayores. ¿Por qué se está haciendo esperar tanto una regulación de las redes sociales?

Además de informarnos sobre un hecho más o menos interesante de la actualidad, hay noticias que deberían interpretarse como señales de alarma para toda la sociedad. Son indicios de que algo va mal y convendría actuar al respecto, y no solo desde instancias políticas, sino cada uno desde su propia responsabilidad individual como ciudadano. El verano ha sido prolífico en muchas relacionadas con las redes sociales y los modos en que la gente forma su opinión sobre las cosas que le conciernen o preocupan.

Como han dicho ya muchos expertos que están estudiando la influencia de estos canales de comunicación en la vida de la gente, todos los grandes avances tecnológicos han producido máquinas o aparatos cuyo uso ha gozado inicialmente de un periodo de libertad y anarquía total hasta que fue regulado para evitar males mayores. Pensemos solo en la irrupción del automóvil en nuestra vida cotidiana. Hoy sería un disparate que alguien dijera que obligarle a parar en un semáforo en rojo o a ponerse el cinturón de seguridad es “un ataque intolerable a su libertad”. Aunque alguno habrá que lo proclame indignado, somos mayoría quienes lo aceptamos. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años y cientos de accidentes, algunos de ellos mortales, para que se instalaran este tipo de normas coercitivas con pleno consenso. Lo mismo sucede hoy con las nuevas tecnologías de la comunicación. Ahora circulamos por unos espacios virtuales “sin cinturón ni semáforos” utilizando un software probadamente adictivo, y cada vez que alguien sugiere que se impongan leyes regulatorias de este tráfico protestan airadamente los inevitables guardianes de la libertad. No les basta con comprobar a diario las nefastas consecuencias para la convivencia de la proliferación de bulos y otras formas de intoxicación mental, de los que hemos tenido una buena ración este verano, para darse cuenta de que esta muy bien esto del ciberespacio, pero no todo vale. Todavía faltan algunas desgracias para que lo entiendan.

La cuestión es particularmente relevante para todos los que trabajamos en comunicación. El negocio de los bulos se alimenta de dinero público y de la venta de publicidad, y por tanto nos concierne doblemente, como ciudadanos y como profesionales. Tenemos el derecho y la obligación de participar en la regulación de este pandemonio.

Estábamos en medio de todo el aluvión de noticias y opiniones sobre la posible regulación de las publicaciones en redes y medios digitales cuando se coló en medio del ruido una noticia de calado que hubiera merecido más atención de la que se le ha prestado: un juez federal de Estados Unidos ha sentenciado que Google es oficialmente un monopolio (otros lo habían dicho antes en Europa). Es otra de las consecuencias de este fallido laissez faire que impera en la ciberesfera y tiene consecuencias dentro y fuera de ella. También aquí habrá que intervenir con leyes y normas regulatorias. Hasta los países más capitalistas tienen leyes para regular el derecho a la competencia y de los consumidores. No es autoritarismo, ni un atentado contra la libertad, ni nada parecido. Se llama civilización.

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