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Opinión

OpenAI en 2025: la fundación que aspira a cotizar en bolsa sin perder su misión

OpenAI en 2025: la fundación que aspira a cotizar en bolsa sin perder su misión
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jueves, 25 de septiembre 2025

¿Cómo es posible que una entidad sin ánimo de lucro como OpenAI haya generado tanta riqueza? ¿Qué papel juega su estructura híbrida en este proceso? ¿Y qué implicaciones tiene esto para el futuro de la compañía y del sector tecnológico en general?

Durante los últimos años, todos hemos leído noticias y escuchado titulares sobre OpenAI. En más de una ocasión, nos ha sorprendido descubrir que, en esencia, se trata de una fundación sin ánimo de lucro. Sin embargo, sus operaciones, las cantidades astronómicas de inversión que ha recibido y las valoraciones que la sitúan por encima de gigantes tecnológicos dibujan una imagen mucho más compleja. Todo en su estructura parece sacado del manual de una compañía diseñada para cotizar en bolsa: rondas de financiación millonarias, acuerdos con multinacionales como Microsoft, y un fundador, Sam Altman, que ya figura entre las personas más influyentes y posiblemente ricas del sector.

De la filantropía al modelo híbrido

OpenAI nació en 2015 como una fundación sin ánimo de lucro con el claro objetivo de desarrollar una inteligencia artificial segura y beneficiosa para toda la humanidad. Sus fundadores fueron Sam Altman (presidente de Y Combinator), Elon Musk (CEO de Tesla y SpaceX), Greg Brockman (ex CTO de Stripe), Ilya Sutskever (científico de Google Brain), John Schulman (especialista en aprendizaje por refuerzo) y Wojciech Zaremba (matemático de origen polaco). En aquel momento, comprometieron donaciones por valor de 1.000 millones de dólares.

Elon Musk dejó el consejo de administración en 2018. Oficialmente por posibles conflictos de interés con Tesla, aunque diversas fuentes apuntan también a desacuerdos estratégicos sobre la velocidad y orientación del proyecto. Musk retiró parte de su compromiso económico y desde entonces ha criticado abiertamente la deriva más comercial de OpenAI.

La gobernanza de la compañía también ha pasado por momentos críticos. En noviembre de 2023, el consejo de la fundación sin ánimo de lucro despidió de manera fulminante a Sam Altman como CEO, alegando falta de transparencia en su gestión. El movimiento provocó una rebelión interna: más de 700 empleados amenazaron con abandonar la empresa, Microsoft se posicionó públicamente a favor de Altman y el episodio copó portadas en todo el mundo. Apenas cinco días después, y tras una intensa negociación, Altman fue restituido en su cargo, el consejo se reconfiguró y quedaron fuera los perfiles más críticos con el rumbo comercial. La crisis no solo reforzó la figura de Altman como líder indiscutible, también dejó en evidencia hasta qué punto OpenAI

había dejado de ser un experimento académico para convertirse en una empresa con dinámicas propias de Silicon Valley.

Esa transformación no se entendía únicamente por el choque de visiones en el consejo, sino también por una realidad económica incontestable: entrenar modelos de lenguaje avanzados como GPT requería capital, infraestructura y talento en magnitudes que superaban lo que podía sostener la filantropía. Para dar respuesta a esa necesidad, en 2019 la fundación matriz, OpenAI Inc., mantuvo el control ético y legal, mientras que se creó la filial OpenAI LP, con fines de lucro limitado, para atraer inversión privada. Fue en ese contexto cuando entró Microsoft, con una inversión inicial de 1.000 millones de dólares y un acuerdo para convertir Azure en la plataforma exclusiva de entrenamiento de los modelos. Ese fue el verdadero punto de inflexión.

Capital, SoftBank y el reequilibrio con Microsoft

Entre 2023 y 2025, OpenAI vivió un crecimiento vertiginoso. En enero de 2023, fondos como Thrive Capital y Sequoia lideraron una operación que valoró a la empresa en 29.000 millones de dólares. Apenas un año después, la cifra había escalado hasta los 80.000 millones. Y en marzo de 2025, SoftBank irrumpió con una inyección récord de 40.000 millones, llevando la valoración a 300.000 millones de dólares.

Esa operación quedó sujeta a condiciones muy precisas. SoftBank desembolsó un primer tramo de 10.000 millones en abril, pero condicionó los 30.000 millones restantes a que OpenAI completase la conversión de su filial en Public Benefit Corporation (PBC) antes de fin de año y a que se ratificara la reducción de la participación de Microsoft sobre los ingresos futuros del 20 % al 10 % a partir de 2030. Conviene subrayar que esta reducción afecta solo al reparto de ingresos y no a la posición accionarial de Microsoft.

Además, SoftBank estructuró la operación de forma escalonada y sindicada: al menos 10.000 millones proceden de coinversores como Coatue Management y Altimeter Capital. Si las condiciones no se cumplen, la inversión total podría limitarse a 20.000 millones. El Vision Fund supervisa de cerca el uso de los fondos, exigiendo que se destinen a la expansión global y a infraestructura de próxima generación.

En paralelo, la relación con Microsoft ha entrado en una nueva fase. OpenAI ha conseguido romper parcialmente la exclusividad que le obligaba a trabajar solo en Azure, ganando libertad para utilizar otros proveedores de nube. A cambio, la fundación sin ánimo de lucro ha recibido un paquete accionarial valorado en más de 100.000 millones de dólares, lo que refuerza su posición como garante de la misión y reequilibra la relación con su socio histórico.

A este entramado se suma ahora Nvidia, que en septiembre de 2025 ha anunciado un plan para invertir hasta 100.000 millones de dólares en OpenAI, ligado al despliegue de 10 gigavatios de sistemas de cómputo basados en sus chips. La primera fase contempla un desembolso de 10.000 millones, sujeto a acuerdos definitivos, mientras que el resto se liberará de forma progresiva conforme avance la instalación de la infraestructura. Nvidia obtendría participación financiera en OpenAI, aunque sin control directo en el consejo. Este movimiento no solo asegura a OpenAI un acceso privilegiado a la mejor capacidad de hardware del mercado, también afianza a Nvidia como socio clave en el futuro de la inteligencia artificial generativa.

De GPT-5 al futuro bursátil

Durante este verano de 2025, OpenAI presentó oficialmente GPT-5, un modelo con mejoras sustanciales en razonamiento, comprensión multimodal y eficiencia. Disponible en ChatGPT Enterprise, Team y API, ha consolidado a la compañía como plataforma de referencia en el ámbito corporativo.

Al mismo tiempo, la compañía ha reforzado su equipo ejecutivo con perfiles clave como Mike Liberatore, ex CFO de xAI, para liderar la estrategia financiera. Esta profesionalización responde al escenario de un futuro cercano en el que una salida a bolsa sea una opción realista.

La empresa ya roza los 10.000 millones de dólares en ingresos anualizados, con una facturación estimada de 12.700 millones en 2025. El crecimiento se sostiene con un nivel de gasto masivo: hasta 8.000 millones en costes operativos este año, y previsiones de 115.000 millones en inversión acumulada hasta 2029.

En septiembre de 2025, Reuters y The Information confirmaron que OpenAI prepara una operación secundaria interna con una valoración objetivo de 500.000 millones de dólares. No supone todavía una OPI, pero sí un ensayo general para testar el apetito inversor antes de una potencial cotización en 2026 o 2027.

Hoy OpenAI es una fundación controladora (OpenAI Inc.) con un brazo comercial convertido en Public Benefit Corporation (OpenAI Global PBC), donde participan los grandes inversores. La fundación mantiene el control legal y un patrimonio de más de 100.000 millones de dólares, mientras la PBC es el vehículo que canaliza la financiación, gestiona los productos y se prepara para una potencial OPI.

Sam Altman, pese a no poseer acciones directas, ha capitalizado su posición en operaciones internas, mantiene un salario simbólico de 77.000 dólares y figura como el rostro de una compañía cuyo destino puede cambiar las reglas del sector.

La gran pregunta que queda abierta es si OpenAI conseguirá mantener su identidad fundacional mientras abraza la lógica del mercado. Si lo logra, no solo estará asegurando el futuro de la inteligencia artificial segura, sino que también habrá creado un modelo corporativo capaz de redefinir cómo se entiende la relación entre crecimiento económico y propósito social en la era tecnológica.

Ese, y no otro, parece ser el verdadero legado al que aspira OpenAI.

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