Si el bulo es audiencia, el bulo es negocio

Si el bulo es audiencia, el bulo es negocio
Lunes, 08 de junio 2020

En el mercado de la comunicación la comida tóxica son los bulos, tan sabrosos para algunos que se los tragan con la misma facilidad con la que un turista se come una mayonesa con salmonela. El chiringuito que sirve esa mayonesa está sometido a inspecciones y sanciones, pero pretender hacer lo mismo en las redes sociales levanta ampollas.

Arde la red, y el fuego de estos días es más devastador que nunca. Una de las palabras más usadas en la conversación social de estos agitados tiempos ha sido “libertad”, que de tanto usarse para avalar cualquier propuesta o idea, por disparatada que sea, puede acabar vaciada de significado. Porque la libertad no es un salvoconducto para todo, aunque muchos de los que argumentan en el breve espacio de un tuit no quieran comprenderlo. Algunos de los ciberdebates más apasionados en torno a la libertad conciernen directamente al mercado de la comunicación; que es el que vende audiencia a cambio de publicidad. El incendio se ha declarado cuando el gobierno ha propuesto regular la competencia en este mercado, donde, a fin de cuentas, sucede lo mismo que en todos los demás. Es decir, que hay muchos y variados tipos de empresarios, y no todos actúan con la misma ética profesional.

Otros sectores profesionales han resuelto la cuestión de la competencia desleal hace años sin tanta polémica. Si un empresario decide abrir un restaurante y servir comida en mal estado a sus clientes será perseguido y seguramente procesado. Si otro empresario decide fabricar juguetes con materiales tóxicos y peligrosos para los niños le ocurrirá algo parecido. Y lo mismo con un constructor que no cumpla las normas legales sobre materiales y seguridad. ¿Significa eso que en España no hay libertad para abrir un restaurante, una fábrica de juguetes o construir un edificio? Más bien todo lo contrario. Porque las normas que evitan que se sirva comida insalubre en un restaurante protegen no solo a los clientes, sino también a los restauradores honrados que no quieren ni deben competir contra los que, en nombre de la libertad, no toman las debidas precauciones y sacan provecho de ello. Se usa con tanta ligereza la palabra libertad que también podríamos hablar de la libertad para no ser envenenado.

En el mercado de la comunicación la comida tóxica son los bulos, tan sabrosos para algunos que se los tragan con la misma facilidad con la que un turista se come una mayonesa con salmonela en un chiringuito. Deberíamos preguntarnos si servir esa mayonesa es libertad de mercado, porque estos días han circulado por la red fotos de presuntos chefs de la información en las que posaban con las manos atadas y la boca amordazada para protestar porque el gobierno les quería obligar a limpiar la cocina y usar huevos frescos en su chiringuito informativo. Hay miedo a la intervención del estado en el sector de la comunicación, pero muchos de los que advierten de este peligro luego son los que con su comportamiento espurio más pretextos dan para que se produzca. Son aquellos que han convertido el bulo en su modelo de negocio. Si las marcas comprendieran que no toda la audiencia vale lo mismo, y evitaran frecuentar esos lugares, regularían el mercado mucho mejor que cualquier ley y alejarían el fantasma de la censura. Algo de esto sabemos en el sector de la publicidad, donde una institución autorreguladora llamada Autoncontrol hace tiempo que informa al público sobre el estado de la mayonesa.


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