Publicación especializada en estrategias de marketing, publicidad y medios de comunicación.
Opinión

Verdes las han segado

Verdes las han segado
Comparte
miércoles, 30 de abril 2025

Ya sé que no es lo peor. Que es peor no segarlas nunca. Y también sé que eso (no segarlas nunca) es lo que hacen muchos anunciantes, pero, desengañémonos, segarlas verdes también es malo. Y no por ser un esfuerzo inútil, sino por lo dicho: por malo. Sin paliativos.

Leí hace poco una historia (más bien deberíamos definirla como leyenda) que hablaba de dos países, vecinos entre sí, cuyos respectivos gobiernos, hartos de la proliferación de greenwashing en la comunicación publicitaria de las marcas comerciales, escogieron caminos legislativos divergentes para solucionar una situación que, en ambos casos, consideraban inadmisible y dañina para sus ciudadanos.

Uno de ellos, el Reino de Tropelia, optó por imponer una estricta censura previa a todo mensaje comercial que las marcas intentasen difundir: solo se aprobaban aquellos que venían refrendados por las tres divisiones de la ROCC (Real Oficina de la Comunicación Comercial), exigiendo la exhibición en sus anuncios de sus tres sellos oficiales (el ‘verde’, representado por un gran trébol de cuatro hojas; el ‘diverso’, cuyo símbolo estaba formado por tres letras griegas delta –una blanca, otra negra y una tercera, amarilla–; y el ‘sostenible-solidario’, que se mostraba con dos grandes eses negras –que parecían cuatros– sobre fondo blanco, si bien hay que dejar claro que su diseño fue pronto modificado, tras los primeros memes aparecidos en las redes sociales, sustituyendo los ‘cuatros’ por dos panzudas eses mayúsculas, con aspecto de ofidios danzarines). Obtenerlos no era nada fácil, porque los censores ponían un celo tan esmerado en su trabajo que hasta la recién creada Real Empresa para el Desarrollo Estatal Sostenible (REDES) tuvo serias dificultades para que su propia campaña (producida con el exclusivo fin de dar a conocer la creación del ROCC) recibiese la preceptiva autorización para ser emitida por los medios.

Resultó un fiasco total: los anunciantes renunciaron a comunicar las virtudes ecológico-sociales de sus productos y procesos de fabricación, optando por seguir incrementando la huella de carbono, sin mencionar otra cosa en su publicidad que las bondades y ventajas, prácticas o económicas, de sus marcas.

Siendo sinceros, hay que reconocer que apenas les quedó otro remedio, ya que la inclusión de los tres símbolos de la ROCC en sus anuncios (debían estar presentes durante toda la duración del comercial y con un tamaño mínimo que, más bien, parecía ‘máximo’) casi no dejaba espacio ni para el logotipo de la marca. En aquellos medios que disponían de audio, tenía que incluirse, además, la voz de un locutor en off, diciendo: “Con la certificación oficial positiva de la Real Oficina de la Comunicación Comercial, a través de sus divisiones operativas de ecología, diversidad y sostenibilidad solidaria”.

Por el contrario, su país vecino, la República de Parafernalia, se decidió por una fórmula mucho más pragmática: dio absoluta libertad a los fabricantes y proveedores de servicios en sus procesos productivos, siempre y cuando cumpliesen con cuatro condiciones, relativamente sencillas de asumir.

La primera de ellas era que todos sus productos deberían estar envasados en paquetes de color verde. La segunda exigía que solo podía hacerse publicidad de productos o servicios cuyos logotipos fuesen, asimismo, verdes (en cualquier tono de verde, eso sí). La tercera obligaba a que todas las instalaciones de la empresa anunciante (y, muy en particular, sus fábricas) estuviesen pintadas de verde rabioso (este era el adjetivo concreto que se especificaba en la ley). La cuarta, por fin (establecida algo más tarde que las anteriores, ya que dependía del desarrollo de un avance tecnológico que presentó ciertos problemas en un principio), consistía en que, siendo libre la cantidad y calidad de las emisiones producidas por las empresas, todas ellas deberían emitir humo verde por sus chimeneas, algo que pronto se popularizó entre los parafernalios bajo la irónica denominación de ‘fumata verde’. A este respecto, se cuenta (seguramente, sin fundamento) que en el Vaticano se llegó a considerar sustituir la tradicional fumata blanca por una verde, como prueba palpable del aggiornamento de la Iglesia. También me comentó un amigo que había visitado Parafernalia que estaba resurgiendo la costumbre de fumar en el país, gracias a las diversas marcas de tabaco mentolado que se habían lanzado al mercado desde la promulgación de la ley verde (con este nombre la conocía todo el mundo), cigarrillos que, por supuesto, aparte de utilizar papel de fumar verde, producían humo de ese mismo color.

La normativa impuesta por el Gobierno de la República de Parafernalia sí funcionó. La industria del país se desarrolló exponencialmente; el consumo creció; la inflación fue negativa, de forma recurrente, durante décadas… y los ciudadanos vivieron felices en su renovado país, que –no es necesario decirlo– cambió su vieja bandera tricolor por una nueva, cuya única y brillante tonalidad cromática resulta ocioso mencionar aquí, pues el inteligente lector de este artículo ya la habrá adivinado.

La moraleja es obvia: verdes las han segado.

Recibe nuestra
Newsletter

Con toda la actualidad informativa sobre el mundo de la publicidad, los medios y el marketing.

Comparte

RECIBE NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete gratis a nuestra newsletter para recibir cada día el contenido más actual sobre creatividad, publicidad, marketing, y comunicación.