Gastón Guetmonovitch y las infinitas lecciones de un fracaso amoroso

No podía moverme de la cama. Tenía hepatitis A. 

Y mi novia me dijo que se iba de casa y que se había terminado.

Después de eso, pasé dos meses más sin salir.

Yo había vuelto al país porque ella estaba enferma. Había apostado. Había creído. Había hecho lo que pensaba que estaba bien.

Y perdí.

Perdí una relación, perdí dignidad, perdí salud.

Pero encerrado, conversé mucho con mi papá, que venía ayudarme y a acompañarme porque durante esos dos meses, además de estar soltero, seguí teniendo hepatitis y no podía moverme sin estar cansado.

Y con él, aprendí que evidentemente ella nunca hubiera vuelto por mí.

Aprendí que no era la primera vez que yo hacía esas cosas en mis relaciones y que probablemente las iba a seguir haciendo.

Aprendí que, si ella se quería ir, era mejor que se fuera.

Aprendí que estando enfermo no hay que ayudarla a bajar sus cosas y sus muebles, porque te puede dar una recaída.

Aprendí que había muchos lugares de mi casa de 30 metros cuadrados que no conocía.

Aprendí por dónde entraba el sol y a qué hora.

Aprendí a tener paciencia.

Aprendí a descansar.

Aprendí que ahora tenía muchas más cosas por hacer.

Aprendí que cuando saliera no iba a perder ninguna oportunidad de divertirme.

Aprendí que tenía ganas de volver a irme del país.

Hacia el final aprendí a teletrabajar.

Aprendí que, si no hubiera perdido, no hubiera aprendido un montón de cosas que hoy me sirven mucho.