La campaña más rompedora, según Jaime Ludeña

Un hombre con barba descubre que, metiéndose en una caja de cartón, puede viajar al pasado y, de esa, forma regresar al momento temporal en el que su paquete de snacks de chocolate Voiz estaba sin empezar y así volvérselo a comer. Su yo del pasado lo descubre y lo golpea con una pala. Los snacks están tan buenos que no quiere compartirlos ni consigo mismo.

Una chica decide confesar un extraño secreto a su novio porque, según ella, las personas que se quieren no deben esconderse nada. Ella se quita la diadema y comparte con él un tercer ojo que tiene en la frente. Él no comparte con ella un snack de chocolate Voiz que se come con una boca que tiene en la parte de atrás de su cuello.

Lo que hace Ogilvy Tailandia Voiz es eso de la excepción que confirma la regla. Es esa clase de piezas que te hacen querer hacer esa clase de piezas.

La publicidad se ha vuelto aburrida, repetitiva y previsible. Pensamos, aprobamos, escribimos y producimos con miedo. Miedo a los test, miedo al cliente, miedo a irnos demasiado lejos. Y, de hecho, debemos irnos demasiado lejos. No solamente “fuera de la caja”, sino fuera de fuera de la caja.

Desde que comencé en esto, he escuchado unas cuantas veces decir, desde dentro del propio gremio que los publicitarios, publicistas o como quiera que nos llamemos, debemos estar más cerca de un vendedor de aspiradoras que de un director de cine o de un novelista. Y no estoy de acuerdo. O sea, puede que no lo seamos, pero deberíamos intentar serlo.