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Opinión

Incendio del mes: de las redes al Europarlamento

Incendio del mes: de las redes al Europarlamento
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martes, 2 de julio 2024

Nuestra vida se ha digitalizado a pasos agigantados y una de las consecuencias no deseadas de este proceso ha sido la comunicación asincrónica. Y es que en las redes sociales no se dialoga de manera natural sino que se publica a posteriori sin dar posibilidad alguna a la réplica inmediata. Lo mismo está pasando en el ámbito político.

Han tenido que llegar las redes sociales y los psicólogos que analizan las consecuencias de su uso abusivo para que nos demos cuenta de lo importante que ha sido para los niños aprender a comunicarse de manera sincrónica en una escuela que era el patio o la calle, donde recibían respuesta inmediata de sus compañeros de juego cada vez que decían algo. Había una simultaneidad en esta comunicación que les enseñaba a escuchar, esperar las respuestas, interpretar el lenguaje no verbal y muchas otras cosas que son importantes para aprender a dialogar. Cuando este aprendizaje espontáneo funcionaba, y casi siempre funcionaba, ayudaba a crear sintonía, comunidad, conciencia del prójimo y sentido de pertenencia. Cosas necesarias que cuando faltan, se echan de menos.

En cambio, ahora estamos en lo que Jonathan Haidt ha llamado el paso de la infancia basada en el juego a la infancia basada en el teléfono. Cada vez se pasa más tiempo en las pantallas y menos en la calle. Un tiempo es sustitutivo del otro. Y en estos espacios virtuales la comunicación ya casi nunca es sincrónica. En las redes sociales se publica, no se dialoga. A eso nos estamos acostumbrando. Por eso hasta las anticuadas conversaciones telefónicas han sido sustituidas por un intercambio asincrónico de mensajes de voz. Por supuesto, puede haber comentarios a un post, muy pocas veces inmediatos, pero eso está lejos de ser un diálogo como el de los niños jugando en el patio. Si los comentarios no gustan, se borran; y si molestan especialmente, se bloquea a quien los ha hecho con la misma facilidad y displicencia que un emperador romano condena a muerte a un gladiador derrotado. Es irónico que el símbolo del “me gusta” sea un pulgar. Nos está convirtiendo a todos en caprichosos nerones. En el patio creábamos repúblicas.

Esta querencia por la comunicación asincrónica empieza a contaminar también los debates políticos, que acabarán por no merecer ese nombre, igual que las ruedas de prensa sin preguntas no deberían llamarse ruedas de prensa. Una de las manifestaciones más lamentables de este nuevo formato de comunicación política se observa en la proliferación de esos streamers sabelotodo que se graban “comentando” vídeos que han publicado otros. Han abundado este mes durante la campaña de las elecciones europeas; y vienen para quedarse, porque tienen mucha audiencia. El espectáculo consiste en darle al play a un vídeo grabado antes por alguien, a quien generalmente no se tiene demasiada estima, y pausarlo a voluntad para desmontar su argumentación con una réplica demoledora de la que no puede defenderse. Es abusivo y barato; y en muchas ocasiones falso, porque la réplica ni siquiera es espontánea, aunque lo aparente. Todas las falacias del manual están a disposición de quien controla estas grabaciones; sobre todo la del hombre de paja y el ad-hominem… cuando no la que podría llamarse “falacia pitufo”, que consiste en repetir el argumento que se quiere refutar pero poniendo voz de pito para que suene ridículo.

Naturalmente, ese vídeo comentado, que el influencer de turno sube a la red para que sus acríticos seguidores se den el gusto de ver humillado a quien les cae mal, puede luego ser objeto de otro monólogo parecido y no menos ofensivo por parte del aludido. En el colmo del absurdo, a veces un streamer comenta lo que ha dicho otro, y luego ese otro devuelve el golpe comentando el video de los comentarios. Así es como se crean las espirales de odio de las que tanto nos lamentamos luego. El resultado es una cadena de monólogos sin derecho a réplica, que es a un verdadero debate político lo que el reguetón a la novena sinfonía de Beethoven.

Si se tratara solo de un subproducto más del entretenimiento basura, no sería tan preocupante. Lo malo es que luego algunos de estos nuevos comunicadores tienen tanto éxito, que llegan a eurodiputados, y ocupan un escaño en lo que todavía se llama “parlamento”. Otra ironía. Hasta ahora, un parlamento era, entre otras cosas, la sede de los debates políticos de nuestros representantes ¿Pero, en cuántos debates de verdad ha estado ese flamante eurodiputado del que ahora habla todo el mundo?

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