Tenemos todo el tiempo

El reloj del Fin del Mundo ha movido sus agujas hasta las 11:58:30. A 90 segundos del Armagedón. A veces, estar viendo informativos en la televisión sin prestar mucha atención te regala instantes como éste. Situación: tú en el sofá decidiendo si tortilla francesa o espinacas a la plancha para cenar (a quién quiero engañar: las dos cosas) y, de repente, el abismo a un minuto y medio de vida. Como tengo un apetito a prueba de bombas, ceno. Pero sin fiesta. Con el gesto serio. Joder, que son 90 segundos. Finiquitados en poco más de cuatro anuncios.

Como arranque de ejercicio es todo un reto. Tendencias para 2023: polarización creciente salpimentada con un poco de Apocalipsis. Pienso en la infancia truncada de la IA que iba a aprobar los exámenes de selectividad (vale, EBAU) de las generaciones venideras. En todos los planes de marketing y comunicación que no tendrán la oportunidad de ejecutarse con la merma formativa que representa para nuestra sociedad. En KPIs huérfanos de lectura por falta de quorum. En las campañas electorales que sucumbirán con la zozobra de no saber si han ganado. 

Todos sabemos que esto no pasará. Me refiero al cese de nuestro frenesí. Lo del Fin del Mundo es posible. Que nosotros, esforzados comunicadores, publicistas, gentes de bien, hagamos pausa en esa carrera hacia el fin, no. No pasará. Nosotros cumplimos plazos. 

Hay algo voraz en nuestra actividad. Una pulsión que nos empuja a no arredrarnos ante el abismo más profundo ni ante la más alta montaña. Somos el cuerpo de élite del mercado. Esforzados artesanos de lo urgente, más que de lo inmediato. Laboriosas bio máquinas de lo creativo. Notarios responsables de la eficiencia. Lástima de no tener más altas responsabilidades. Lo mismo hubiéramos conseguido un poco más de retraso del reloj de marras.  Pero para qué perder el tiempo en fantasear. 

Me he propuesto escribir un artículo que tiene más de epitafio que de manifiesto. Pero para arriba, siempre sumando, siempre optimista. El mundo se podrá acabar, pero que nos quiten lo bailado. Fuimos los amos en el siglo XX. Buenos tiempos. Empezamos contando solo con los diarios de papel, pero después fue una fiesta: radio, televisión, internet. 

Después, ya en el XXI, tuvimos nuestro momento mágico con los buscadores, los agregadores de noticias, las redes sociales, el Big Data (el petróleo de la revolución digital). Nos mantuvimos en alto hasta que empezamos a intuir que la fiesta cada vez era menos nuestra, que los algoritmos daban sentido cartesiano a nuestra creatividad, que la programación de las campañas nos vestía de burócratas con aspiraciones. En fin, que evolucionábamos hacia la posición de mirones, cuando estábamos acostumbrados a ser el alma de la fiesta.

La realidad pinta tan distópica que cuesta mucho deformarla a propósito. Si las redes sociales petan antes de que el mundo termine qué vamos a hacer con toda la potencia instalada en Marketing Digital. Al menos, que nos dejen hacer una última tentativa explorando los confines de Meta. Quién sabe, a lo mejor en las lindes de ese mundo virtual encontremos un último acomodo escuchando las últimas notas de la orquesta. Tal vez, en esta ocasión, seamos capaces de evitar que DiCaprio se ahogue en las gélidas aguas de Terranova. O al menos, que las aguas sean ya tan cálidas que le permitan flotar plácidamente sin límite.

Sí. Todo es una pesadilla. La combinación de una digestión compleja de tortilla francesa y espinacas a la plancha con una noticia absurda sobre la inminencia del final de todo. Me despierto como nuevo. Leo la prensa mientras tomo el café del desayuno. Todo bien. Los políticos se matan entre ellos. Nosotros nos matamos entre nosotros. Todo bien. Hostias: el eje de la Tierra gira en sentido inverso a la rotación de la superficie del planeta. Y encima lo dicen científicos chinos. No hay manera. Me vuelvo a la cama. FIN.