La música siempre ha sido un buen campo para el activismo porque genera picos de emociones y descargas de dopamina. Nunca habrá una revolución sin una canción que la defina emocionalmente. No es un proceso nuevo, pero sigue manteniendo toda su vigencia. Bien por DKV y su compromiso con la concienciación ambiental a través de su campaña “canciones para los que no quieren escuchar”.