Estamos oliendo a podrido, bro
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Cuando una marca pretende rejuvenecerse a base de reggeaton y rollo urban, lo único que consigue es parecer tan vieja y patética como un cincuentón intentando perrear con quinceañeras.
Ya sé que apesta, pero esto va a empezar con un reggeaton:
“Que si tú, tú, tú, tú
que si yo, yo, yo, yo
Que si tú pasas de mí
que si yo te quiero a ti
Te lo digo,
No me escuchas,
Te lo canto,
No me escuchas,
¿Y así, mami,
qué meto yo en la hucha?”
Hala, se acabó la cantinela, y no solo aquí. El “pa-pá-pam-pám” también empieza a oler a muerto en todas esas campañas que creen conectar con la generación Z a base de perreo o de meter con calzador expresiones como “está de locos”, “bro”, “me renta”, etc.
Os voy a decir lo que no le renta a nadie, jóvenes incluidos: verse reducido a un cliché o, lo que es peor, a la caricatura de un cliché. Cuando un anuncio o un contenido de marca abusa de las presuntas señas de identidad de la muchachada, lo primero que salta a la vista es que ha sido creado por señores mayores. Hay casos en los que la campaña proviene de los equipos más jóvenes de la agencia, pero da igual, al final cualquier rastro de frescura queda borrado por las exigencias del brief y por la constante evolución de los códigos estéticos.
Estar a la última no solo es agotador, también es imposible y además, innecesario. Una marca solo tiene una manera de ser moderna: ser atemporal. Debe tener una personalidad inconfundible y un lenguaje propio, por encima de las modas. Ésa es la única manera de diferenciarse y de renunciar a lo superficial para empatizar con lo que de verdad importa al target joven.
Creer que los chicos, chicas y chiques de este mundo no se preocupan por otra cosa que monear en las redes sociales, ponerse chándales con tacones y hacer twerking es no tener ni idea de lo que les pasa. Conectar con ellos requiere un esfuerzo, sí, pero no es el de empollarse el slang, las listas de éxitos y los escaparates. Es el de entender sus problemas, sus miedos y sus sueños. Y tienen muchos, bro, igual que cualquiera. Si consigues demostrar que los sientes con tanta intensidad como ellos, podrás quitarte el disfraz y dejar de hacer el ton-tón-ton-tón-ton-tón, papi.
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