Este es el balcón de mi casa, por la mañana. Lo que me inspira no es ver el sol creando colores irreproducibles por la cámara de mi teléfono. No me inspira sentir la libertad de no tener una pared enfrente. Ni ver a la gente desde arriba, yendo a trabajar, recordándome que no estoy solo. Tampoco me inspira ver las sillas descascaradas por el paso del tiempo, recordándome que todo se termina y que hay que aprovechar el tiempo. No me inspira ver las lucecitas que se van apagando después de una noche madrileña y todo lo que uno puede imaginarse que ha pasado hasta hace algunas horas en la ciudad. Tampoco me inspira ver la casa de mi amigo Carlos Mañas y saber que lo voy a ver dentro de un rato en la agencia. Ni siquiera me inspiran los aviones que veo llegar a Barajas cargados de ilusiones, turistas, 'game-changing' ideas y mucha ropa. Lo que me inspira es esa cosa que está tapada con una lona que la protege de la lluvia: mi parrilla. Porque, cada vez que la veo, me acuerdo que pase lo que pase durante el día, o en la semana, siempre voy a poder contar con ella para hacer un asado, juntar gente en mi casa para cagarnos de risa, y acordarme de mi familia, de Messi, de River, del Pity Martínez, de mis amigos y de todos los asados que comí en mi vida. No hay nada más lindo ni inspirador que eso.