Juan García-Escudero y el inesperado fracaso que cambió su vida

De la variedad de virtudes infantiles que se pueden tener yo nunca fui el guapete de la clase, ni el deportista, tampoco el empollón, ni el que mejor tomaba los apuntes. Yo era ese niño al que todos sus compañeros le pedían que dibujara las portadas de sus trabajos. Era literalmente lo único que realmente se me daba bien. Alternaba diseños psicodélicos llenos de colores con otros más sobrios para trabajos más serios. Además, me enorgullecía de no repetirme y me encantaba que me lo pidieran por favor por favor.

Así, es normal que cuando se fue acercando el momento de decidir qué carrera quería estudiar lo tuviera meridiano: Bellas Artes. Iba tan confiado… Había sacado un 10 en el examen de dibujo artístico de selectividad y llegué a las pruebas de admisión de la facultad mirando a la gente con cara de “ay, míralos, que monos”. Terminé media hora antes y sinceramente, pensé que me había salido estupendamente. Bueno, pues suspendí.

Estupor. Desconcierto.¿Perdona? ¿Yo? ¿Suspenso?, tiene que haber un error. 

El único error fue mi arrogancia y mi falta de humildad.

Ese revés hizo que me tuviera que replantear en pocos días algo que había tenido claro toda la vida.

Bueno, pues resulta que en los pasillos de la facultad me dio por coger un panfleto de una escuela de diseño, y acabé estudiando diseño gráfico, lo que me permitió entrar en mi primera agencia y enamorarme de esta profesión.

Hoy, un niño grande y feliz hace portadas de trabajos para anunciantes que se lo piden por favor por favor y da gracias a la vida por haberle hecho fracasar aquel día en la facultad de Bellas Artes.