Supongo que, además de una futura calvicie, mis hijos heredaron las ganas de correr detrás de una pelota de fútbol. En este pequeño campo, mezcla de tierra y arena, solemos jugar descalzos hasta que el sol da por finalizado el encuentro. Tenemos nuestras reglas básicas, como que, para evitar incidentes, los goles no se gritan en la cara. Y no vale elegir a Messi, lógicamente. Para añadirle cien gramos de épica, me piden que relate el partido mientras ellos juegan. El más pequeño, una vez, me pidió si podía hacerlo vestido de americana y corbata. Para ser un poco más profesional dentro del amateurismo infantil.
Me gusta este lugar porque siempre me recuerda que la vida es bastante más sencilla de lo que parece ya que, por lo general, solemos complicarnos solos pensando que el mundo se detiene si no se nos cae una gran idea. Yo creo que a la inspiración se le hace muy difícil encontrarte cuando estás desesperado rascándote el cabello. Y, por el contrario, cuando trabajas como si estuvieras descalzo relatando un partido, llega.